lunes, 16 de junio de 2008

Texto narrativo a partir de memoria de un espacio

"Visita especial a La casa"

Amplia, gigante, enorme, cada vez más grande se ve la casa. Sólo una luz direccionada estratégicamente al centro de un cuadro (imitación de un original) corta la densidad de la escasa iluminación provista por los últimos rayos de sol de la jornada. Pareciera que, a medida que uno se va alejando de esa sala central, se fueran prendiendo solas las luces, o que simplemente, la vida vuelve a la acción.
Los huecos de esos sillones permanecerán intactos mientras nosotros así lo deseemos, porque esos eran “los lugares”; reductos de tardes y tardes de compartir meriendas, charlas y sufrimientos. El olor se puede sentir a la distancia, a pesar de que no se pueda sentir en el lugar. Las acciones se pueden predecir con marcada anterioridad. La realidad es bastante monótona, y esa casa, es completa y absolutamente real.
Ella es dulce y severa, exigente y débil, considerada y ácida. Mantiene sus costumbres y su acento, pero cambia y potencia mañas y malas costumbres. Sin embargo, prefiere irse, por segunda vez, de lo que es su lugar, junto a los suyos.
Él es verborrágico y sentimental, tozudo y conciliador, poco formado y muy cultivado, fuerte en sus principios y muy “argentinizado”. No puede vivir sin ella; pelea, insulta, trabaja, atiende, etc., pero no puede estar sin su compañera. Cuando deja de encontrar sentido a estar aquí, termina eligiendo ir con ella.
Ese día que fui a buscar unos papeles ya no estaban. Era un día soleado, como esos de verano en los cuales pasaba todo el día en la casa y juntos nos quejábamos con el “qué calor” característico de la abuela. Fui a agarrar lo que necesitaba; supuestamente estaba arriba de la mesa del living, sin embargo, no era así. Me fijé por las dudas en la mesa ratona, la que nucleaba a los mencionados sillones con sus respectivos huecos, para corroborar que no haya entendido mal. Los papeles, seguían sin aparecer. Esa mesita fue sostén de no sólo de mis cansados pies luego de venir pedaleando en bicicleta para verlos, sino también de los del abuelo, por una simple cuestión de comodidad. Pero las hojas, no estaban allí.
Proseguí entonces mi búsqueda en el cuarto contiguo, que es la cocina. En esa cocina se gestaron y se hablaron los temas más importantes de la familia sin lugar a dudas, y surgen de allí los mejores recuerdos. Desde las albóndigas con salsa hasta la cura de aquella herida en la frente, por no poder mantener el equilibrio en el patio, pasando por las “sopazas” que con café con leche y pan se armaban a cada tarde. Me fijé en la mesa principal y no tuve éxito; sólo estaban allí las llaves de toda la casa guardadas, como siempre, en una pequeña bandeja de plástico; también estaba el anotador y una lapicera, pero no los papeles que yo buscaba. El próximo paso era el cuarto de planchado, que tiene una mesa, donde se suelen apoyar varias cosas; era probable que estuviese allí, en ese mismo cuarto donde él siempre se burlaba del desfile y exhibición de calzados de su hijo (no había menos de una docena de pares) y donde guardaba la mayoría de la medicación de los dos. Entre otras varias cosas, no estaba la documentación

1 comentario:

Celia Güichal dijo...

Veo que has decidido trabajar con "no lo dicho", y en más de un nivel. Realmente genera intriga saber algo acerca de esos documentos y también acerca de esa pareja.
saludos,
Celia