Existen tres géneros de escritura con los cuales nos encontramos a menudo en nuestras lecturas cotidianas o habituales, y en los cuales tal vez no nos detenemos mucho a pensar. Sin embargo constituyen el foco de nuestra atención en reiteradas oportunidades, por más que solemos pensarlas como “bloques” independientes unos de otros. Ellos son la entrevista, la crónica, y la narración. Surge entones una pregunta para poder analizar a nivel estructural estos tipos de escritura: ¿tienen algo en común el género entrevista, crónica y narración? ¿Interactúan? ¿Cómo?
Probablemente hace falta un poco más que cursar algunas materias de escritura para darle respuesta a estas preguntas, por eso justamente vamos a dejar que dialoguen los académicos que se han expresado en cuanto a los géneros mencionados, e intentar a partir de allí llegar a una propia conclusión.
Le entrevista, por su parte, como bien define Beatriz Sarlo es “el género de la voz y de la autenticidad”. Es decir, es la pronunciación más directa que puede abarcar las declaraciones, el tipo de escritura que brinda mayor sensación de veracidad justamente por su carácter testimonial directo. Recurriendo a la Real Academia Española, encontramos que la define como “Vista, concurrencia y conferencia de dos o más personas en un lugar determinado, para tratar o resolver un negocio”. Podemos entender como “negocio” muchas cosas para aplicarlo dentro de lo que es el género de escritura en sí, pero vamos a limitarnos a pensarlo como el tema central que convoca a la reunión. En esa definición queda a las claras la veracidad, o lo directo de la entrevista. Ahora bien, ¿es una mera transcripción textual de preguntas y respuestas? Sobre esto tenemos que consultar entonces a Leonor Arfuch, quien sostiene que: “los usos de la entrevista no siempre apuntan a incrementar nuestro conocimiento de los hechos sino, muy frecuentemente, a relacionar dos universos existenciales, lo público y lo privado, en una variedad de cruces, mezclas y superposiciones”. Entonces podemos afirmar que la entrevista no es una mera transcripción de la oralidad de un diálogo, sino que puede cumplir distintas funciones, y que en definitiva, el proceso que deriva en el producto final (la entrevista finalizada en sí), conlleva una serie de acciones que determinan una subjetividad tal (como la edición, distribución, planificación, etc.) que puede cambiar el sentido o el significado de la charla. Por ende, podemos sostener entonces que no se trata de un género limitado, sino que da la posibilidad de utilizarlo en diferentes sentidos u objetivos, por lo que esto constituirá uno de los puntos fundamentales sobre los cuales podemos relacionarlo con otro tipo de textos. Por poseer estas características, es que se lo puede considerar un “género privilegiado”.
“Los géneros son extremadamente heterogéneos”, y “lo que los hace comparables” son (entre otras cosas) “su naturaleza lingüística común”, como bien expresa Arfuch, por lo que comenzamos a abarcar el intento de respuesta a la pregunta inicial con una premisa importante; comparten su esencia. Más allá de esto (fácil de advertir de ante mano), o tal vez a partir de esta cuestión, podemos entender un poco mejor la estrechez entre los géneros, ya que “en el fondo”, estamos hablando de cosas similares, o por lo menos que están interconectadas. La entrevista tiene una versatilidad que normalmente no es valorada como tal, ya que el contexto en el cual se utilice va a ser de extrema importancia, y además puede verse incluida dentro de textos o producciones que son de una naturaleza completamente diferente, como poder ser, por ejemplo, una crónica. Es decir que este género en particular puede encontrarse al servicio o como complemento dentro de otro, aunque a la vez también puede actuar de forma independiente. Encontramos entonces una forma fundamental de interacción aquí, ya que es habitual hallar una estructura de este tipo no sólo en crónicas, sino también inclusive hasta en narraciones (diferenciándolo claro del simple diálogo entre protagonistas). Apoyándonos nuevamente sobre la teoría, se puede decir que “desde una óptica multidisciplinaria, la definición de entrevista como género abordará en primer lugar la situación comunicativa, regida por el intercambio dialógico, sus participantes, su vecindad con la conversación cotidiana, los usos del lenguaje, sus infracciones, lo que de previsible y de imprevisible tiene ese juego intersubjetivo de la verdad” (L. Arfuch), y esto es algo que claramente contempla las facultades de otro tipo de textos.
En una escala imaginaria que fuera de lo real a lo ficticio, podríamos situar a la entrevista como punto extremo en la izquierda (siempre hablando de los tres géneros citados) y a lo ficcional en el polo antagónico, incluyendo dentro de este a los cuentos y otro tipo de producciones siempre enmarcadas dentro de la dimensión narrativa. Como punto intermedio entonces, podríamos colocar a los textos considerados como “no-ficción”, dentro de los cuales el principal protagonista es la crónica. Ésta es tan difícil de definir como cualquier otro género, por su característica en sí de construcción teórica para su estudio; es decir, es algo que el hombre hace para poder diferenciar y estudiar sus escritos, pero es en esencia tan abstracto como cualquier catalogación. Volviendo nuevamente a las fuentes, la Real Academia Española nos expresa en su diccionario, sin aclarar en demasía, lo siguiente: “historia en que se observa el orden de los tiempos; artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre temas de actualidad”. Esto da nota entonces de la estrechísima relación que mantiene con la narración, ya que esto constituye un alto porcentaje de su naturaleza. Sin embargo, sobre esto nos aclara también Ana María Amar Sánchez que “los relatos de no-ficción (testimoniales) no son simplemente transcripciones de hechos más o menos significativos, por el contrario plantean una cantidad de problemas teóricos debido a la peculiar relación que establecen entre lo real y la ficción, entre lo testimonial y su construcción narrativa”. Esto viene a confirmar entonces una de las facultades del género que lo emparenta con otros; al igual que en la entrevista, desde la concepción en sí, la distribución, el foco, la orientación y hasta la misma selección de temas, se denota una subjetividad tal que condiciona y le da no sólo sentido, sino dirección y tonalidad deseadas para lograr transmitir lo propuesto por el autor. Reafirmando el punto anterior, la autora se explaya diciendo que “los textos ponen en escena una versión con su lógica interna, no son una “repetición” de lo real sino que constituyen otra realidad regida por leyes propias con la que cuestionan la credibilidad de otras versiones”. Dentro de esas disposiciones intencionales que se pueden adoptar, están las que dan como resultado el regular más una faceta que otra dentro del género, y acercarlo así a otros tipos de textos, o hacer decrecer hasta el limite la barrera entre la ficción y la realidad. “Los críticos […] lo consideran un sistema en difícil equilibrio entre lo “periodístico” y “lo literario”; es decir, ven al género como una forma ambigua, mezcla de ficción y testimonio y lo definen como un híbrido, producto de un cruce en el que los procedimientos literarios “mejoran” la condición inicial del material”. Esto que nos expresa Sánchez es otro de los pilares fundamentales para analizar y entender que existen claros puntos de conexión entre los géneros y que además interactúan. Se desprende entonces que la no-ficción, o la crónica toma “prestadas” herramientas o recursos que tal vez sean característicos de otros tipos de textos, por lo que le dan una fisonomía completamente distinta y así poder tener las facultades que antes se expresaron. Este es un punto de interacción claro entre este género y el de narración, ya que justamente un alto porcentaje de la crónica maneja el discurso narrativo para transmitir los sucesos. Todas las demás cuestiones que le dan el toque distintivo a este tipo de producciones, están más relacionado con recursos literarios y límites que se manejan respecto de lo ficcional, que bien podrían aparecer por ejemplo, en un cuento. Sin embargo, en la no-ficción, la situación que hace de punta pie inicial para la producción, es tan real como la intencionalidad que se tiene al usar esas herramientas. Sobre esto también se expresa Wolfe, quien por otra parte “valoriza al género en la medida en que supera o elimina las leyes de objetividad, distancia y neutralidad periodísticas, es decir, cuando recurre a lo que él llama “artificios literarios” como el monólogo interior, los diferentes puntos de vista, etc.”.
Yendo aún más allá en el terreno de acercar a los distintos géneros, y en esa escala imaginaria antes planteada, se expresa Ana María Amar Sánchez uniéndolos de una forma tal vez impensada, pero muy bien fundamentada: “en realidad, la relación entre hecho y ficción ha sido dicotomizada artificialmente olvidando sus raíces comunes; facere – hecho- significa hacer, construir y fingere – de donde surge ficción- es hacer o dar forma; no hay entonces una diferencia sustancial entre ambos, por el contrario, parecen comprender dos actividades que pueden unirse. El vínculo entre hecho y ficción destaca el hacer, la construcción, y diluye la asociación ficción-mentira/hecho-verdad (y la posibilidad de ser contado “tal como fue”): surge así un concepto de ficción que no es ya opuesto al de verdad ni sinónimo de pura invención”. Entonces, logrando estrechar estos dos conceptos, comenzamos a hallar gran parte de la respuesta a la pregunta que desde un principio nos hemos planteado. La versatilidad de los géneros y las habilidades de los autores determinan estos acercamientos incluso entre dos polos siempre considerados insalvablemente antagónicos como ser la realidad y la ficción. “…puede pensarse la ficción, más allá de la dicotomía verdad/mentira, como una construcción: los dos términos funcionan claramente como sinónimos en el caso del género de no-ficción, en la medida en que los textos son el resultado de un trabajo particular sobre un material testimonial: la ficcionalidad es un efecto del modo de narrar”.
Así entonces terminamos de derribar una de las últimas barreras que nos impedían dar una respuesta positiva a nuestro cuestionamiento estructural. Es cuestión entones de recopilar textos leídos, producciones realizadas o simplemente la teoría para poder repasar entonces los puntos de interconexión entre estos géneros. Más allá de sus cuestiones esenciales, como ya se expuso, es muy común y factible encontrar fragmentos de uno dentro de otro, o inclusive los tres mezclados; ya que, por ejemplo, un cuento puede tener sus pasajes crónicos, en los cuales se hace referencia o mención a sucesos que sí son reales (por más que éstos no sean el eje central de la historia), e incluir además diálogos o “entrevistas” de una personaje a otro, o del mismo narrador, ya que, si bien normalmente es alguien alejado, podría llegar a estar en primera persona. Sobre esto, Walter Benjamín nos aclara en su texto que precisamente se llama “El narrador”: “es así que la figura del narrador adquiere su plena corporeidad sólo en aquel que encarne a ambas. “Cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo”, reza el dicho popular, imaginando al narrador como alguien que viene de lejos”. Si bien sostiene que igual importancia tiene aquel narrador que no sea el protagonista directo, o testigo fiel de lo transmitido, hace, a través de un “repaso” histórico, una justificación sobre ello.
Se entiende entonces, que la respuesta a la primer pregunta es positiva; respecto a la segunda, también es de las mismas características, y en lo que atañe a la tercera, se han dado posibles casos o puntos de conexión, de los que sin lugar a duda, se podrían enumerar muchísimas más; sin embargo, con los fundamentos citados, se da entidad a las dos respuestas anteriores.
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