lunes, 16 de junio de 2008

Texto narrativo a partir de consigna de imágen onírica

Manos rojas en el mustang de entresueños

Era un Munstang. No se bien que año, no se bien que modelo, sólo se que mi huida era sobre un mustang negro, algo castigado por la tierra y el polvo, con palanca al volante, y un rugir furioso de esa joya mecánica que lleva ese auto debajo del capot. Era un clásico, de los de cola larga, bien coupé, muy americano.
Mis manos, que sostenían el volante como intentando domar a esa bestia, estaban bañadas en sangre. Un momento, esa sangre no es mía, yo me siento bien. El espejo retrovisor me devuelve una imagen de una cara pálida, aterrada, con la clara expresión de que “algo pasó; algo hice”. La memoria, como es habitual en mí, no ayuda a reconstruir nada de los hechos; sin embargo, solo sé que tengo que acelerar y escapar. ¿De qué? No se, pero escapar. Los espejos laterales no devuelven autos detrás de mí, ni civiles ni policiales. Eso es bueno; eso, ¿es bueno? El sonido ambiente no es mas que el constante rugir del motor, esforzándose por rodar lo más rápido sobre esa carretera.
Bueno, entonces tengo tiempo de pensar: ¿qué pasó? ¿De qué me escapo? ¿Hacia dónde voy? ¿De dónde salió este Mustang negro? Un momento… ¡¿quién soy?!

En ese momento indefectiblemente me despertaba sobresaltado, transpirado y con un desconcierto tal que lo primero que hacía era mirarme las manos, y ver a mi alrededor… la barrera de lo conciente subía y bajaba incesantemente, junto con mis pulsaciones. No era la primera vez que tenía este sueño, y cada una de ellas me despertaba de la misma forma. Una vez superado el momento, decidí no darle mas importancia de lo que realmente se lo merecía el suceso: simplemente un sueño.
Continué con mi vida normal ese día, como cualquier otro, y al igual que las veces anteriores que durante la noche me encontré con esa extraña imagen en sueños. Era verano, no había escuela y el trabajo no existía, ni siquiera estaba en planes. Todo era sólo diversión, distracción, y creatividad para buscar la actividad más recreadora para gastar el tiempo. Y en ese contexto surgió la posibilidad de ir a la quinta de un amigo en las afueras de la ciudad, para simplemente bañarnos en la pileta, jugar al fútbol, y mirar películas; nada más tentador para un verano.
Luego de hacer las compras correspondientes, encaramos el camino que comenzaba subiendo a la autopista y luego recorriendo la ruta que desembocaba a la zona de casas quintas donde se encontraba nuestro destino. Llegamos algo tarde, así que nos instalamos, preparamos algo de comida, y luego sólo restó dormir.
Al día siguiente, el mediodía nos esperaba con el tan mentado y ansiado asado que habíamos estipulado de antemano. Como parte del ritual, era más que lógico también diagramar la introductoria y conocida “picada”, compuesta de fiambres varios y otras variedades de copetín. Comenzamos con la preparatoria y la estratégica diagramación de los ingredientes y la estricta preparación de los mismos; una instancia crucial la constituía el rebanar el salame picado fino; yo preferí no hacerlo, debido a mi escasa habilidad para hacer que queden rodajas finas. Alguien tomó el cuchillo, y comenzó a hacerlo, con el espíritu y la mirada de decir: “ves tarado, es así..”, y cuando menos parecía, por estar mirando hacia otro lado como parte de esa actitud sobradora, se escucha un grito desgarrador y un intenso insulto; instantáneamente, el embutido se cubrió de rojo. Era la sangre de ese dedo que estaba rebanado tan rigurosamente como el salame; la primer falange había desaparecido, y había sido cortada con la misma precisión. La hemorragia no se detenía, a pesar de la presión que estaba haciendo yo mismo sobre la herida. Trapos y repasadores no hacían mas que teñirse ante el increíble sangrado; la situación se había ido de nuestras manos, paradójicamente. Fue ahí cuando decidimos llamar a la ambulancia; bueno, eso quisimos, ya que no existía señal para nuestros teléfonos celulares… En un instante alguien se dio cuenta que cerca existía una sala de primeros auxilios, por lo que para no perder tiempo, me subí al auto para ir a buscar ayuda; la expresión era cada vez más pálida, y la pérdida de sangre increíble. A toda velocidad, salí en busca de los médicos, y ahí repentinamente tuve una intensa sensación de deja vù. Claro: “Mis manos, que sostenían el volante como intentando domar a esa bestia, estaban bañadas en sangre. Un momento, esa sangre no es mía, yo me siento bien. El espejo retrovisor me devuelve una imagen de una cara pálida, aterrada, con la clara expresión de que “algo pasó; algo hice”. No era un mustang, era un falcon también negro, pero era exactamente mi sueño… fue allí cuando la barrera divisora de conciencia e inconciencia nuevamente se volvió confusa. Sin embargo, cerró un círculo. Extrañamente, como presagio, en algún punto sabía que eso iba a suceder. A partir de allí conduje mucho más tranquilo; yo no hice nada, y lo que andaba mal, tenía arreglo. Tal es así que una vez que conseguí ayuda, la hemorragia paró, y luego se pudo reconstruir el dedo accidentado. Y yo, nunca jamás volví a tener ese sueño, que tan recurrentemente venía a mi durante la noche…

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